Allá por el 2009, uno de los profesores de la Escuela Universitaria de Trabajo Social de Madrid hizo en una de sus clases una total apología de la Beca Erasmus. En un principio ninguno estábamos muy animados con el tema, pero conforme el profesor iba añadiendo razones, se iban acumulando ganas en nuestros estómagos. Finalmente, el hombre logró su cometido y la mitad de la clase* nos dirigimos a la Oficina Erasmus de la facultad a informarnos. Ya no nos preocupaba dejar nuestros trabajos, ni alejarnos de nuestras parejas, amigos o familia. El discurso del profesor había sido completamente efectivo: queríamos irnos.
El primer impedimento surgió cuando al leer los requisitos me encontré con lo siguiente: "Necesario tener más del 80% de las asignaturas del primer curso aprobadas". El año de entrada a la universidad había sido realmente duro (o realmente vago, según se mire) y sólo pasé el 60%. Tendría que esperar al curso siguiente.
Pasaron los meses y me prometí que no dejaría que las ganas remitiesen. Y así fue.
La convocatoria volvió salir. Rellené los documentos que había recogido en la Oficina Erasmus, adjunté mi foto, mi currículum y lo entregué en el Registro de mi campus. Mis tres destinos elegidos fueron:
Cluj-Napoca (Rumanía)
Oradea (Rumanía)
Helsinki (Finlandia)
*La mitad de la clase significa cuatro alumnos. Así eran los tiempos de la Diplomatura, cuando la asistencia no era obligatoria. Desde que se implantó el Grado el año pasado (curso 2009/10) han cambiado mucho las cosas, por suerte.
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